Cuando nos encontramos en Víctimas por la Paz, cuando compartimos un mate y nuestras historias, a menudo surge una pregunta silenciosa que va más allá del ruido mediático y del clamor por el castigo. Es una pregunta que nace de la experiencia vivida en carne propia: una vez que se dicta una sentencia, una vez que el sistema judicial cierra su capítulo, ¿qué pasa con nosotros y nosotras? ¿Qué necesitamos realmente para poder seguir adelante?
Hemos aprendido, a veces por el camino más duro, que la justicia que se mide en años de prisión no siempre es la que sana nuestras heridas. Muchos hemos sentido cómo el engranaje judicial, en su legítima búsqueda de una "verdad procesal", puede convertir nuestra historia en un simple instrumento de prueba. Nuestro dolor, nuestra biografía, todo aquello que somos más allá del hecho que nos marcó, parece desvanecerse en un expediente. Y al final, una condena puede traer una sensación de cierre legal, pero raramente trae, por sí sola, la paz que nuestro ser anhela.
Por Diana Márquez
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