Mayo
09
2016

Pobreza y Desigualdad en America Latina: Conceptos, Herramientas y Aplicaciones

La
pobreza y la desigualdad son problemas sociales centrales en América
Latina. Este libro desarrolla las principales discusiones
conceptuales sobre estos temas, provee un amplio conjunto de
herramientas analíticas, las aplica a datos concretos de encuestas
de hogares y 
ofrece
evidencia para todos los países de América Latina. El documento de
trabajo ofrece el capítulo introductorio, y dos capítulos
adicionales del libro, publicado por Editorial Temas.


Cómo
se mide la pobreza y por qué las mediciones son útiles o
inútiles.Leonardo Gasparini y Walter Sosa Escudero 
03
mayo, 2016

Qué
criterios se utilizan para medir la pobreza y por qué es tan
importante la credibilidad de la estadística pública. Un análisis
de dos especialistas.

En
base a datos oficiales, en 2006 el 26,9% de los argentinos era
considerado pobre y el 8,7%, indigente. Las progresivas
actualizaciones de esas cifras ocupan un lugar central en la agenda
pública, a la luz de la severidad del problema y de la virtual
inexistencia de datos oficiales creíbles desde hace años, los
cuales fueron reemplazados por una variedad de mediciones
alternativas. Naturalmente, existen discrepancias considerables entre
las cifras disponibles, las cuales pueden obedecer a cuestiones tanto
técnicas como conceptuales.

Llama
la atención que la magnitud del debate sobre la medición de la
pobreza oculte el enorme esfuerzo conceptual y metodológico que
esconden estas aparentemente simples cifras. Recientemente los
autores de esta nota (junto con Martin Cicowiez) publicaron un
extenso manual en el que se discuten los conceptos y se describen los
detalles técnicos detrás de las principales medidas de bienestar.
Esta breve nota revisa algunos métodos estándar para medir la
pobreza, resaltando el hecho de que su cuantificación requiere un
considerable esfuerzo tanto metodológico como conceptual.

El
enfoque más difundido es el de línea de pobreza, entendida como un
umbral de ingresos que divide a los pobres de los no pobres. Esta
línea surge del costo de una canasta que contiene elementos
alimentarios y no alimentarios. La canasta básica alimentaria se
determina en base a los requisitos calóricos diarios que necesita
una persona, y son establecidos por estudios nutricionales. Estos
requisitos varían de persona a persona, de acuerdo con su nivel de
actividad, género y edad. En la Argentina se considera que un varón
adulto (de entre 30 y 59 años) debería consumir 2.700 calorías
diarias, pero una mujer de la misma edad requiere solamente 2.000.
Para facilitar las comparaciones se estandariza a los individuos de
un mismo hogar, tomando como referencia a los hombres de entre 30 y
59 años. El resto de los individuos del hogar se contabilizan en
términos de este “adulto equivalente”: por ejemplo, las mujeres
entre 30 y 59 (con un requisito de 2.000 calorías) representan un
0,74 del “adulto equivalente” y los niños de 2 años (con un
requisito de 1.360 calorías) representan un 0,5. La familia del
ejemplo anterior suma 2,24 adultos equivalentes.

Estos
requisitos calóricos son traducidos en términos de una canasta que
permita alimentar a las 2,24 personas de esta familia tipo. Hay
infinitas combinaciones de alimentos que pueden generar dicho
requisito calórico, y en la práctica se establece una canasta
compatible con los hábitos locales, en base a la Encuesta de Gastos
de los Hogares, que elabora el INDEC. Finalmente se pone un valor
monetario a esa canasta, para lo cual se utilizan los precios pagados
por las familias, que son actualizados mensualmente mediante
relevamientos del Instituto de Estadística.

La
línea de indigencia es el valor monetario de esa canasta
alimentaria. El valor de la canasta básica total requiere incluir
además una serie de artículos que se entiende que una familia debe
poder consumir para llevar una vida digna. Ante la evidente falta de
consenso, se recurre a la siguiente estrategia simplificadora: se
calcula cuánto mayor (en proporción) es el gasto de consumo total
de una familia de referencia en relación a su gasto en alimentos.
Ese coeficiente, denominado Orshansky, en honor a una economista y
estadística estadounidense, pionera en mediciones de pobreza, se
multiplica por la línea de indigencia para obtener la línea de
pobreza. Si los hogares de referencia tienen un gasto total que es el
doble de su gasto en alimentos, la línea de pobreza será
simplemente el doble de la de indigencia.

Finalmente
las familias cuyo ingreso es inferior a la línea de pobreza son
consideradas “pobres”. Los ingresos de las familias se relevan a
través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Consecuentemente,
la tasa de pobreza es la proporción de hogares pobres en la EPH, y
debe ser entendida como una estimación en base a una muestra
representativa.

Esta
discusión sugiere que posiblemente los disensos entre las mediciones
alternativas sean un reflejo de la falta de acuerdos en la propia
definición de “pobre” y del sinfín de decisiones que involucra
su medición. Un trabajo de Miguel Székely y Nora Lustig muestra que
sólo en base a alterar definiciones y estándares, en América
Latina en los noventa había entre un 12,7% y un 65,8% de hogares
pobres. Es decir, munidos exactamente de los mismos datos, distintos
analistas podrían discrepar considerablemente por el mero hecho de
favorecer distintos conceptos.

Consecuentemente,
las mediciones de la pobreza son tan confiables como el tipo de
acuerdo conceptual y metodológico adoptado. El Estado cumple un rol
crucial en esta tarea. La ausencia de información oficial no puede
ser resuelta por el sector privado, que se halla en condiciones de
realizar estimaciones alternativas, pero no de lograr un acuerdo
social, quizás el principal rol de la estadística
pública.

Naturalmente
el enfoque de líneas no está exento de críticas. Amartya Sen
(Nobel en Economía en 1998) enfatiza que el bienestar es
esencialmente multidimensional, y que no puede ser apropiadamente
captado por una sola variable, como el enfoque de líneas que
focaliza en el ingreso exclusivamente.

El
uso del ingreso debe ser entendido como una aproximación. Es mucho
más fácil de captar que otras nociones, quizás conceptualmente más
apropiadas (como el consumo o la felicidad), se mide en una sola
unidad (pesos) y es comparable entre personas y en el tiempo. ¿Cuán
apropiadamente representa el ingreso la naturaleza multidimensional
del bienestar? En un estudio junto con Mariana Marchionni y Sergio
Olivieri (en base a datos de la encuesta mundial de Gallup) los
autores encuentran que si bien el bienestar es efectivamente
multidimensional como pregona Sen, el ingreso lo representa
razonablemente bien.

Angus
Deaton, flamante premio Nobel en Economía, afirma que “las líneas
de pobreza son construcciones tan políticas como científicas”,
sugiriendo que la prevalencia de medidas usuales -como los índices
de precios para medir la inflación, el método de líneas de pobreza
o el coeficiente de Gini para medir la desigualdad- resulta de
resolver un difícil compromiso que sopesa sus debilidades y
fortalezas conceptuales, operativas y comunicacionales.

En
lo que respecta a la medición de la pobreza, lo mejor atenta contra
lo bueno. No existen mediciones de pobreza buenas o malas, tan solo
útiles o inútiles. El Estado cumple un rol fundamental en
garantizar acuerdos técnicos y sociales que permitan pasar
rápidamente de medir la pobreza a adoptar políticas que mejoren el
bienestar de los que menos tienen.

*Leonardo
Gasparini es director del Centro de Estudios Distributivos Laborales
y Sociales (CEDLAS) de la Universidad Nacional de La Plata, e
investigador del CONICET.

Walter
Sosa Escudero es profesor de la Universidad de San Andrés (UdeSA),
investigador del CONICET y del CEDLAS.  

Son
autores de Pobreza y Desigualdad en América Latina: Conceptos,
Herramientas y Aplicaciones, Editorial TEMAS, Buenos Aires, 2013, en
coautoría con Martin Cicowiez.

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